
Esto quizás explique que, en la mayoría de los casos, las imágenes o representaciones que se hacen de los santos, cuando no son fotografías, dan una idea bastante deformada de la persona a quien pretenden representar. En general todas las imágenes que he visto de Santa Teresa de los Andes en las iglesias, poco o nada tiene que ver con la distinguida joven cuya fotografía todos conocemos.
Ahora, como los santos son los modelos de los cristianos, importa mucho que la representación del modelo sea lo más auténtica posible, pues de lo contrario la copia que debemos ser, saldrá torcida o deforme, de acuerdo a las impresiones que nos dejó el modelo.
Es como encomendarle a una costurera o a un sastre que haga un buen traje, dándole medidas y proporciones equivocadas. Lógicamente que el resultado será un mamarracho.Por esta razón es muy importante poder conocer, por así decir, “la tintura madre” de la persona a la cual se quiere imitar en sus predicados morales.
En el caso de San Ignacio, que representa este cuadro, la representación está tan fidedigna y la expresión lo retrata de un modo tan exacto, que vale más que una fotografía, pues el pintor supo captar y resaltar las cualidades morales que se reflejan en esa expresión.
Te invito a analizarlo, podremos descubrir cosas interesantes.
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Lo primero que llama la atención de esta fisonomía es su capacidad de determinación. Determinación que se refleja especialmente en su mirada. Ella parece contemplar todas las eventualidades buenas y malas que se puedan presentar y esta decidido a enfrentar unas y otras “ad majorem Dei gloria”, para la mayor gloria de Dios.
Sin embargo no se puede decir que sea la mirada de un iluminado que perdió el contacto con las cosas menudas de la vida. Como buen español, él es “sí sí no, no”. Es decir, sabe considerar con la misma mirada tanto las cosas más altas de la existencia humana o del propio Dios, como las más triviales de todos los días, dando a cada uno de ellas la importancia que le corresponde.
En este retrato de San Ignacio se puede apreciar también que esa determinación es perfectamente tranquila. Esa tranquilidad se expresa en la posición de su labio inferior y en su mentón. En ellos no hay la menor señal de crispación nerviosa o de un “tic” resultado de alguna obsesión. Al contrario, sus labios parecen acabar de decir “Así sea”.
Sin embargo, la calma no da lugar a la pasividad de espíritu, sino a la resolución de tomar todas las medidas y de realizar todos los esfuerzos para alcanzar esa meta que se vio de lejos y hacia la cual propenden todas las energías de su alma, es decir, siempre e invariablemente: “a la mayor gloria de Dios”.Para obtener esta armonía entre calma y resolución para la acción, debe existir un orden interior entre la inteligencia que ve y la voluntad que quiere.Este hombre, que es un gran santo, ve con suma claridad y quiere con firme voluntad. No hay en él ningún ánimo de “arreglines” ni de “consensos” y menos aún de “combinaciones políticas”. Tampoco hay dudas ni vacilaciones sobre la meta que se debe alcanzar. Todo está visto, pesado y medido, con un equilibrio absolutamente fuera de lo común, en tiempos en que el equilibrio era muy común.
Pero, me podrás preguntar, ¿De dónde le venía a San Ignacio esta seguridad tan cierta y esta voluntad tan determinada?La respuesta es una palabra de dos letras: Fe. San Ignacio fue un hombre de Fe. El no tomó las verdades de la Revelación y el destino eterno del hombre a la ligera, como lo hace la mayoría de los católicos. El creyó sin dudas ni lagunas. Y de esa Fe en los puntos más altos de la religión católica, él sacó todas las consecuencias, hasta las más pequeñas minucias. Y porque creyó así, él pudo tener esa claridad en el ver y esa fuerza en el querer.San Ignacio fue una antorcha de Fe, en un siglo en que España brilló como nunca antes. Fue el siglo de oro español, porque procuró el Reino de Dios sobre todas las cosas, las demás le fueron dadas por añadidura.Los escépticos dicen, “ver para creer”. La afirmación inversa es la verdadera.
Para ver, primero se debe creer. Y esto por la simple razón de que aquellos que creen, saben buscar, y quien busca, encuentra. Aquellos que no creen, nunca verán la verdad, pues no la buscan, y si la ven, no le prestan atención.Si encuentras otras características de la personalidad de San Ignacio en este cuadro, me gustaría que las comentases.
Escrito por Rodolfo Marcone Lo Presti
Estudiante de Derecho UNAB